8/11/10

POR LAS BUENAS

Un proceso de separación de una pareja con hijos es siempre complicado. Sin embargo, la buena voluntad permanente de los padres teniendo como prioridad el bienestar de sus hijos, unido a la falta de precipitación conseguirá, sin dudas, un cambio mejor asimilado. La separación gradual, suave y sin estridencias permite que todo el mundo se adapte. Es mejor prevenirlo y ejecutarlo poco a poco en un periodo razonable. Hay que evitar anuncios sorpresa de hechos consumados. Pero es igualmente perjudicial una situación excesivamente prolongada, ambigua o destructiva.

La racionalidad entre los padres facilita mucho el proceso de ruptura y la toma de decisiones serenas.

Es necesario hablar con los hijos de la separación desde el primer momento. Hace falta informarles de cada paso importante para que puedan aceptar la realidad, haciéndola consciente. Los niños han de tener la posibilidad de hablar, de ser escuchados y de ser tenidos en cuenta. Es necesario, por supuesto, un tratamiento delicado, dando explicaciones verdaderas, adaptadas y calmadas.

Para organizar la nueva situación se han de establecer, desde el principio, unos acuerdos de participación de los hijos. Debe entenderse que los niños tienen un fuerte instinto de conservación y de adaptación pero necesitan respuestas claras a la pregunta: ¿Qué será de nosotros?

En esta línea conviene que conserven la casa, la escuela y las relaciones sociales como puntos de referencia permanentes cuando todo cambia.

Pactos entre los padres:
1.- Es necesario respetar la intimidad, el espacio y el tiempo de cada progenitor con los hijos: Hay que evitar el entorpecimiento, la interposición, las críticas sobre el medio personal, familiar y social del otro.
2.- Fomentar la adquisición de principios, valores y normas sólidos, especialmente la autonomía, la responsabilidad y el respeto.
3.- Conviene dar oportunidad a los hijos a tener criterio propio, a manifestar sus opiniones, a tomar decisiones y a moverse independientemente de los intereses de los progenitores, especialmente cuando no son coincidentes.

Los padres no deben nunca utilizar a los hijos de manera consciente o inconsciente como refugio afectivo, como chantaje para dominar, perjudicar o vengarse del otro y hasta como trofeo de victoria. Tres actitudes fundamentales pueden servir de enorme ayuda para distanciar los hijos de las propias tribulaciones: el control de las discusiones, los pactos acordados con sentido común y la conservación de criterios educativos comunes por parte de los dos progenitores.
Además, no deben ceder al chantaje de los hijos con firmeza, ya que es fácil sucumbir al intento de los hijos de aprovecharse de la inseguridad afectiva de los padres para manipularlos y obtener beneficios y privilegios.
Permitir que los hijos se enganchen a un solo progenitor en una relación cerrada, dependiente y empobrecida impide su maduración personal y relacional.

La separación produce la pérdida temporal de algunos puntos de referencia que mantienen seguros a los hijos en la vida. Después de un periodo de duelo los niños consiguen superar el periodo de inestabilidad.